Por: Dr.Virgilio Malagon Alvarez,PhD. 

Los hábitos son reos del entorno social donde se desarrollan y potencializan.

Cuando se hacen costumbre, caen en la vorágine del servilismo, la abyección y el compromiso taimado con la vileza. Peor aún, el abyecto pierde la noción del decoro y es arropado por situaciones humillantes que le conminan a aceptar desplantes de todo tipo.

En el argot popular, tenemos expresiones como el ¨arrodillarse¨,¨el que mucho se agacha se le ve¨, etc.

Este manejo lexicológico, típico de todas las clases sociales nos da una orejita sobre el origen de los diferentes personajes que ¨ejercen¨ el culto a la personalidad.

Cuando un individuo se enfrenta a una bonanza súbita, se desarrollan conductas de agradecimiento hacia aquel o aquellos que le otorgaron la gracia de hacerse rico.

Una vez que este individuo se entroniza en el poder (político y/o económico) genera una retinué de agradecidos que también le rinden pleitesía. Por eso, siempre he dicho que el culto a la personalidad exhibe una dinámica parecida a la de los dominós que caen uno detrás del otro.

En nuestro medio, el ejercicio de la abyectitud programada, emana siempre de un liderazgo basado en el clientelismo, donde el Líder es el epicentro de toda la actividad social, económica y hasta religiosa.

La máxima: Al líder no se le cuestiona, se le agradece, se convierte en el dogma de fe, de esa gleba que lo sigue.

Esa gleba, irredenta o no, esta compuesta por estratos sociales de toda índole. Tal es el caso de Adolfo Hitler, donde convergieron estratos sociales muy variopintos.

La fascinación con un determinado liderazgo es la respuesta a la falta de opciones viables, en el entorno político y social, de las naciones. Tal fue el caso de Hugo Chávez, en Venezuela, donde la conchupancia compartida entre los Adecos y Copeyanos llego a hastiar a la gleba venezolana.

Algo similar pasó en Alemania, donde el espíritu de la derrota y la pérdida de territorios y prestigio no encontró respuesta en los estamentos políticos tradicionales.

En nuestro Lar, lleno de un conuquismo agropecuario más un afán continuista de Horacio Vásquez, dio paso a la impronta de Rafael Leónidas Trujillo Molina. Siempre he dicho que el Ciclón de San Zenón, le otorgo a Trujillo el vial ideal para reedificar al país y, de esta forma, afianzarse en el poder.

Independientemente de las ejecutorias de índole abominables que se le indilgan a Trujillo, la reedificación del Estado Dominicano creo un sinnúmero de adeptos de todos los estratos sociales.

De ahí surge un perfil de conducta publica donde la vanidad de Trujillo se hizo eco en los círculos sociales más selectos, otorgándole un sitial de un semi-Dios.

El funeral de Trujillo fue una manifestación ditirámbica donde convergieron los glebalizados a despedir a su semi-Dios. Sin embargo, días después abjuraban al Dictador y Benefactor, que tantas albricias les había dado.

Hago este pequeño recuento para hacer una retrospección de lo que ha acontecido recientemente en nuestro conuco político.

El perfil de conducta del pasado presidente encaja formidablemente en los patrones que acabo de describir. Incuestionable, Taimado y auspiciador del culto de la personalidad.

Como he señalado en artículos anteriores,(La Entropía del Cancerbero), el entramado político peledeísta hizo más hincapié en fomentar un culto a la personalidad de Medina que responder a planteamientos tan cruciales como lo es el rumor popular de la corrupción. Peor aún, el afán de perpetuar esa impronta peledeísta-danilista, dividió a su partido y creo las bases para el surgimiento de un nuevo liderazgo de relevo: Luis Rodolfo Abinader Corona.

El país glebalizado votó en contra del danilismo-peledeísta, donde la impronta de la clase media fue determinante en la derrota de un candidato muy singular, por no decir atípico totalmente.

Esta aseveración es muy importante, debido a que plantea la urgencia de crear una estructura gubernamental donde participen todos aquellos que expresaron su desagrado con la forma, de conducir la nación, del danilismo-peledeísta.

Hizo muy bien, el ciudadano Presidente de la Republica en impartir instrucciones precisas sobre la consabida foto presidencial en las oficinas públicas. Sin embargo, todavía persiste la nombradía excesiva del apelativo presidencial, en los actos públicos, conducta que debe de ser superada paulatinamente.

Dicho esto, en pos de ir superando los vestigios ancestrales del culto a la personalidad.