América Latina con mayor dificultad para superar las consecuencias del COVID-19
Los países de ingresos medios enfrentarán las mayores dificultades para superar las consecuencias de la crisis del COVID-19. Los desarrollados están implementado toda clase de combinaciones entre políticas monetarias y fiscales para mitigar los efectos de la paralización en sumas inimaginables hasta hace poco tiempo atrás, que aumentarán en un 20% su endeudamiento, mientras los llamados vulnerables con una participación en el PBI mundial mínima están recibiendo la ayuda de los organismos financieros y la cancelación de los servicios de la deuda externa. En el medio no hay nada salvo la capacidad individual de cada país para endeudarse.
Los últimos treinta años fueron testigos de una disminución de la pobreza. Las Naciones Unidas estimaban que el 10% de la población continúa viviendo en condiciones de pobreza extrema localizadas en las regiones de Subsahariana y Sur de Asia. La Agenda para el Desarrollo Sostenible preveía reducir dicho porcentaje al 6% para 2030. En América Latina un reciente estudio de la CEPAL estima que la pobreza extrema ascenderá del 10,3% en 2018 al 13,5% en 2020 afectando a 83 millones sobre una población de 620 millones. Esta crisis borrará los avances sociales de las últimas décadas.
La crisis financiera de 2008/09 afectó a los países desarrollados mientras los de ingresos medios tuvieron altas tasas de crecimiento. La crisis actual que afecta tanto a la producción como la demanda tendrá repercusiones más graves sobre los países intermedios por la falta de incentivos. Estos países verán un aumento de la informalidad y de la desocupación estructural por la desaparición de actividades de servicios.
Las inversiones externas directas y el aumento del comercio exterior fueron factores decisivos para impulsar el desarrollo de los países intermedios en los últimos treinta años. En esta etapa tanto las inversiones como las exportaciones muestran una tendencia negativa y requerirán de varios años para volver a los niveles anteriores. El flujo de inversiones externas en 2019 fueron 1,390 billones similares a los 1,410 de los años anteriores pero lejanos de los 2,0 billones del período 2015/16 previéndose que disminuirán hasta los exiguos niveles del 2005.
Las inversiones directas en América Latina tuvieron un aumento de los 10% el año pasado alcanzado la cifra de 164.000 millones principalmente dirigidas en un 50% a Brasil seguido por México, Colombia, Chile y Perú. Las expectativas para los próximos años son negativas. Las empresas multinacionales han suspendido nuevas inversiones por las pérdidas y la falta de un horizonte sobre las consecuencias reales de esta crisis.
Los países latinoamericanos inmersos en dramáticos esfuerzos para contener la propagación de la pandemia parecieran destinados a aceptar un horizonte de aumento de la pobreza con sus consecuencias sociales negativas y en el mejor de los casos tasas de crecimiento mínimas por la falta de estímulos para generar nuevas inversiones. No existe la posibilidad de generar un diálogo para realizar un planteo común ante los organismos financieros regionales como el BID y la CAFl, que deberían asumir una gran responsabilidad en esta etapa.
La globalización acentuó la interdependencia. Durante la crisis de 2008/09 los países desarrollados necesitaron del empuje del resto para salir de la recesión coordinando los esfuerzos en el G20. Quizás la superación de la grave recesión que se abate sobre el mundo también requiera de un esfuerzo coordinado donde los países desarrollados lleguen a la conclusión de que los países intermedios también pueden acoplarse para superar la situación en corto plazo. Si los países desarrollados han desparramado 10 billones, no sería descabellado asumir que la CAF y el BID podrían obtener recursos con el aval del Tesoro de los Estados Unidos para volcarlos en América Latina en forma de préstamo con una tasa 0. El no ya está, solo falta trabajar para obtener el sí.