América Latina se sube a la ola de los bonos verdes
América Latina surfea en un mercado en auge: el de los bonos verdes. Las emisiones de este tipo de instrumentos, destinados a la financiación de proyectos con impacto ambiental positivo —o, cuanto menos, neutros— van tomando tracción en una región en la que los instrumentos financieros suelen llegar con cierto retraso. “Vender bonos verdes hoy es como vender un helado en un día caluroso”, resumía gráficamente Bloomberg en un reciente estudio. Y la región, pese a partir de niveles muy bajos —el año pasado, solo el 2% de los 205.000 millones de dólares emitidos globalmente en bonos verdes fueron en Latinoamérica y el Caribe— y a los altibajos inherentes a todo mercado en desarrollo, no quiere quedarse fuera de esta tendencia en auge. “El porcentaje sobre el total de emisiones todavía es bajo, sí, pero es potencial es muy alto”, apunta Maria Netto, especialista líder en Mercados Financieros y Sostenibilidad del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Los bonos verdes son, simple y llanamente, emisiones financieras para financiar proyectos catalogados como positivos o, al menos, neutrales, en lo medioambiental. Los primeros del mundo se empezaron a emitir en 2007 y 2008, y a América Latina no llegaron hasta mediados de la década que ahora termina. En los primeros años, las operaciones se contaban con cuentagotas. Hasta 2017, cuando se consolidó su auge con un crecimiento interanual del 133% impulsado por varios grandes proyectos, como el fallido nuevo aeropuerto internacional de Ciudad de México. “Al principio solo eran organismos multilaterales los que los utilizaban; ahora es el sector privado y eso es un auténtico cambio de paradigma”, apunta Marie Vandendriessche, investigadora senior EsadeGeo.
Energia Eolica, como recuerda Marilyn Ceci, de JP Morgan y una de las pioneras de los bonos verdes, se convirtió, en un ya lejano 2014 —y con siete años de retraso frente al primer papel verde en circulación en el mundo—, en el primer emisor regional. “Desde entonces, América Latina ha estado activa en las diferentes olas, con emisores corporativos como CMPC, Klabin, Suzano [las tres del sector papelero, uno de los más señalados por malas prácticas ambientales], AES Gener [energética chilena] y Consorcio Transmantaro [la firma que lleva las interconexiones eléctricas en Perú], entre otros. La mayor atención recibida recientemente tiene que ver con la entrada de un soberano como Chile”, escribe por correo electrónico. A futuro, sus previsiones pasan por un volumen mayor de operaciones: “Creo que la actividad en la región continuará creciendo”.
El mercado, en efecto, ha cambiado. “Hace solo seis años el mercado latinoamericano de bonos verdes estaba casi totalmente enfocado en proyectos de energía y bancos públicos”, desliza Netto. “Ahora ha crecido el interés de varios Gobiernos y del sector privado”. La especialista del BID quita hierro a los picos y valles de los últimos años —el último, en 2018, cuando la cancelación del aeropuerto de Ciudad de México, que había sido parcialmente financiado con este tipo de instrumentos— y prefiere centrarse en la corriente de fondo, claramente alcista tanto en número de emisores como en volúmenes financiados. “Hay un regreso de nuevos actores, entre ellos soberanos como Chile”. Tras la recuperación de 2019, con emisiones por valor de 3.700 millones de dólares solo en la primera mitad del año, el sector ve potencial para que 2020 se convierta en el ejercicio de mayor actividad para este tipo de instrumentos. Atrás quedarían, incluso, los guarismos 2017, cuando los montos emitidos para financiar el aeropuerto internacional de la capital mexicana desvirtuaron la estadística al alza. “Considerando las emisiones cerradas después del primer semestre, 2019 ya es un año récord para América Latina”, apuntan los técnicos de la Climate Bonds Initiative, uno de los tres entes que determinan la eligibilidad de un pasivo para ser considerado “verde”.
La mayor conciencia ambiental y, sobre todo, la presión social en ese sentido han permeado en los gestores de fondos, que van dando de lado a los activos más contaminantes. Subidos a esa corriente de fondo en el mercado, que busca construir carteras más respetuosas con la naturaleza, los bonos verdes se han convertido en una de los pocos que lo hacen. ¿Son, además, más baratos para las empresas? “No siempre, pero sí suelen ofrecer periodos de vencimiento más largos”, destaca Netto, del BID. “Varía. Pero la mayoría de emisores, más que por un beneficio potencial de precio, emiten bonos verdes para diversificar su base de inversores y comunicar su estrategia de sostenibilidad”, cierra Ceci, de JP Morgan. “Lo que está claro”, completa en la misma línea Vandendriessche, es que son a plazos más largos, y eso es una ventaja para los emisores.
Con todo, las diferencias entre países son importantes. Brasil lidera por mucho el volumen regional de bonos verdes emitidos, con el 41%, y únicamente un tercio de naciones latinoamericanas han experimentado con bonos verdes hasta ahora. Pero poco a poco han ido sumándose nuevos actores que han aportado vigor al mercado. Chile, un país especialmente concernido por el cambio climático —el último Índice de Riesgo Climático Global le apunta directamente como uno de los países en mayor peligro—, es especialmente paradigmático y, pese a la reciente inestabilidad social, parece haber tomado la delantera en el último año, acortando poco a poco la distancia que aún le separa de Brasil. En estos dos primeros meses de 2020 —un ejercicio que se antoja especialmente difícil para su economía, tras las protestas de finales del ejercicio pasado— está pisando especialmente fuerte. Y otros cinco Gobiernos de la región –México, Colombia, Perú, Costa Rica y la República Dominicana— tienen planes, más o menos avanzados de hacerlo en los próximos tiempos, dejando claro que una parte creciente de la financiación pública y privada en el subcontinente pasa, en un futuro no tan lejano, por los bonos verdes.