Habilidades para el trabajo: una inversión imprescindible para la región

Habilidades para el trabajo: una inversión imprescindible para la región

La crisis sin precedentes que ha desatado COVID-19 ha hecho aún más evidente la importancia de saldar la acuciante deuda que venía acumulando la región con su capital humano. Ante este escenario negativo, con una caída generalizada de las economías que ha provocado un aumento de la desigualdad y de la pobreza, resulta imprescindible equipar a la fuerza laboral actual y futura con las habilidades requeridas para triunfar en el mercado laboral y así cimentar no solo la recuperación, sino la transformación de nuestras economías. Convertir las habilidades de los trabajadores en una gran fuerza de cambio es la mejor herramienta para lograrlo. 

Los sistemas actuales de formación para el trabajo, que van desde la educación técnica en secundaria y terciaria e incluye todas las modalidades de formación profesional existentes, no funcionan. En la prepandemia, más de la mitad de los trabajadores de la región no contaban con niveles mínimos de comprensión lectora o cálculos numéricos y solo un 16% había logrado recibir formación terciaria. COVID-19 ha multiplicado la envergadura del reto: con países a los que les cuesta más crear nuevos empleos y que enfrentan recientes necesidades de apoyar nuevos sectores productivos, parece imposible pensar en una recuperación robusta si no se atienden estas brechas.

Una transformación impostergable

Es urgente transformar los sistemas actuales de formación para responder a las necesidades reales de las personas y de la región y, aprovechar las oportunidades que se presentan. Para ello, se han de tener en cuenta tendencias como la automatización y la cuarta revolución industrial, el cambio climático y los empleos verdes, el incremento de la longevidad (que prolonga las necesidades de formación y crea nuevas profesiones), la construcción de una sociedad más inclusiva en un mundo cada vez más diverso, y la recuperación de los países en la pospandemia. Todo esto en un escenario que cambia constantemente y a gran velocidad.

¿Cómo hacerlo? La clave está en lograr cambios en tres dimensiones: se debe transformar la visión, la promesa y la pertinencia de la formación para el trabajo.

  • La visión de formación para el trabajo debe ser amplia y aspirar a ser el motor de desarrollo de los países. Para esto, los sistemas de formación para el trabajo deben estar alineados con las estrategias de desarrollo de los países. En los últimos años, hemos visto cómo algunos países de la región, como Costa Rica, han hecho una apuesta de futuro por la descarbonización de sus economías. Esto exige, en muchos casos, la introducción de nuevas tecnologías que deben operarse por técnicos competentes. Así, por ejemplo, si en una ciudad se promueve el uso de las bicicletas eléctricas en detrimento de los vehículos de gasolina, una parte imprescindible del plan será contar con personas bien formadas para reparar y mantener al día esas bicicletas que usan tecnologías cada vez más sofisticadas. 
  • La formación para el trabajo debe ofrecer una promesa.. La educación técnica y la formación profesional no se pueden seguir considerando una opción “de segunda”, en la que no hay recursos, ni calidad, ni pertinencia. No se trata del “patito feo”, sino de una herramienta que, bien gestionada, compite con la educación académica, por lo que es clave para la construcción de un mejor capital humano, como en el pasado nos han demostrado las experiencias de Corea del Sur, Australia, Irlanda, Noruega, Nueva Zelanda o Alemania. Si la formación para el trabajo es de calidad y se basa en trayectorias de aprendizaje continuo, será un trampolín a mejores trabajos y, por tanto, a mayores salarios. En El Salvador, por ejemplo, se están poniendo en marcha paquetes formativos para impulsar la competitividad de sus trabajadores, de forma que puedan ofrecer sus servicios a través de plataformas digitales globales, aprovechando las oportunidades que brinda la economía gig.
  • La formación para el trabajo debe ser pertinente. Consolidar una fuerza laboral bien formada y productiva precisa de un esfuerzo bien planeado y duradero. Para ello, resulta imprescindible el concurso del sector productivo, cuya experiencia ‘en la cancha’ debe ser un insumo importante. Si las empresas están en la ecuación, será más fácil que la formación ofrecida (a lo largo de la vida) sea pertinente y, por tanto, realmente valiosa para la sociedad en su conjunto. En América Latina y el Caribe, contamos con ejemplos prometedores de cómo las habilidades para el trabajo son una inversión rentable, como la labor de los consejos sectoriales de Perú y la experiencia de los fondos concursables de Trinidad y Tobago o Barbados. Estos proyectos, si bien muestran el camino a seguir, todavía son de una escala insuficiente ante la magnitud del reto al que se enfrenta la región.

La crisis laboral desatada por la pandemia ha vuelto a poner sobre la mesa, con toda su crudeza, el enorme déficit de capital humano que, en cualquier caso, América Latina y el Caribe lleva décadas arrastrando. Así, COVID-19 no ha hecho sino incrementar aún más la urgencia de enfrentar este problema, que afecta particularmente a los más vulnerables. La experiencia de otros países, que hoy son la referencia en el ámbito de la educación técnica y la formación profesional, demuestra que las habilidades para el trabajo son una inversión antipobreza obvia. En un contexto como el actual, la región no puede permitirse el lujo de dejar pasar este tren. Otra vez.

Las habilidades están en el centro de la Visión 2025 del Grupo BID -Reinvertir en las Américas- porque son fundamentales para un crecimiento económico sostenible e inclusivo. Y son centrales para los desafíos que implica nuestro objetivo: la activación del sector productivo, el progreso social y la equidad de género, la diversidad, la economía digital y el cambio climático.